Los acontecimientos que van definiendo la historia actual
transcurren de forma muy rápida ante nuestros ojos y no nos permiten disponer
del tiempo y de la información necesaria para reflexionar y analizarlos. Pero
con suma celeridad estos hechos se convierten en protagonistas de la ficción
dramática de series y películas que nos
transmiten una lectura interesada de los
mismos. Aunque no es así siempre.
Todos sabemos que la industria audiovisual norteamericana es
la más poderosa y la que marca las tendencias de la producción cinematográfica
y televisiva. La cantidad de su producción y la enorme diversidad de temas que
promueve la hacen un instrumento eficaz de la difusión de los centros de
interés político o histórico de Estados Unidos. Aparece así una fuerte
interrelación entre la acción política norteamericana –tanto interna como
externa– y los argumentos de las producciones audiovisuales. Esta correlación
es mucho más difícil de observar en otros países.
Hace ya tiempo que el análisis histórico incorporó el cine y
el documental como recursos y lo mismo
se ha hecho con la fotografía y con la radio –a través de los podcast–. Pero
las series televisivas habían quedado un tanto al margen de su utilización como
fuente de información histórica; su excesiva duración, la presentación
parcelada –que requiere conocer lo acontecido anteriormente para comprender lo
que está ocurriendo–, su intencionalidad dramática, etc., son factores que
dificultan su aprovechamiento historiográfico.
Muchas de estas series o películas se quedan en aspectos
superficiales o meramente propagandísticos pero otras, como las que nos ocupan
ahora, muestran una mayor profundidad en las informaciones y en los argumentos
que manejan. Se trata de productos de ficción y evidentemente no de documentos
históricos. Es importante que no olvidemos esta premisa. Pero también muestran,
en su desarrollo argumentativo, análisis de tendencias políticas, de conflictos
y de las actuaciones de los servicios de inteligencia que pueden estar muy
próximos a la realidad.
¿Para qué nos pueden servir estas series? En primer lugar
para la identificación del enemigo de los EE UU. En el caso de la serie Homeland
este se identifica claramente con el yihadismo islamista: su modus operandi,
su ideología, su fundamento político, sus posibles alianzas, etc. En el caso de
la serie 24, este enemigo es más amplio y difuso pues abarca desde los
yihadistas islámicos hasta grupos de presión del mismo gobierno norteamericano,
pasando por narcotraficantes mejicanos, terroristas de las ex-repúblicas
soviéticas, compañías militares privadas, además de los enemigos ya
tradicionales: Rusia, China e Irán –no citada nunca por su nombre–. Una
panoplia muy amplia que entraña un repaso de casi todos los enemigos contemporáneos de Estados Unidos.
Es conocida la habilidad de la industria cultural
norteamericana para presentar, catalogar y denunciar al enemigo de turno y
hacer caja con ello. A través de esos enemigos se podría reconstruir la
historia norteamericana: ingleses, indígenas americanos, mejicanos, alemanes,
japoneses, comunistas, especialmente soviéticos y vietnamitas –ya en el contexto
de la Guerra Fría–, palestinos, narcotraficantes, serbios, las naciones del
“eje del mal” –Corea del Norte, Irán, Libia,...–, Saddam Hussein, y ahora el
yihadismo islamista o, sencillamente, el terrorismo. Sin olvidar a la
persistente Rusia. Como vemos no le han faltado enemigos a la gran potencia. A
estos hostiles tradicionales se ha añadido realidades nuevas, rápidamente
trasladadas a la pantalla: los traficantes de armas, los intereses industriales
representados por las compañías militares privadas, las divergencias en el seno
de los servicios de inteligencia, el ciberespacio, etc.
Casi siempre la cuestión básica es el debate entre el bien,
representado por los EE UU, y el mal, representado por sus enemigos. Es una
dicotomía primaria, pero, a veces, algunas obras van más allá de esta
simplificación. En Homeland, por ejemplo, el perfil de los personajes
dista de ser blanco o negro, humanizándose en todos los bandos. En la serie 24,
el perfil de los personajes es más simplón. En El Infiltrado los
personajes también aparecen más matizados, notándose el respaldo literario del
texto de John Le Carré.
¿Qué escenarios presentan estas series? Los ejes
argumentativos suelen girar en torno al fenómeno terrorista en todas sus
variantes. En Homeland el peligro proviene de un posible terrorista
durmiente representado en la persona de un héroe de guerra norteamericano que
regresa a casa después de un largo período de cautiverio. La pretensión de
atentar se enfrenta a la acción de la CIA para impedirlo. Pero las vicisitudes
argumentativas lleva a los protagonistas al marco de la guerra en Oriente
Próximo donde aparece reflejado con gran realismo, por ejemplo, el papel de los
drones en los combates contra los yihadistas. Las actuaciones y la forma de
trabajo de la CIA se reflejan con gran verismo.
En 24 los peligros son más variados. Casi todos ellos
se refieren al uso de armas de destrucción masiva por parte de grupos
terroristas muy diversos: yihadistas, rusos, chinos, mafiosos, serbios, etc. El
peligro de la utilización de este tipo de armas aparece claro y, sobre todo,
posible. Pequeñas bombas nucleares, armas químicas o biológicas caen en manos
de los terroristas que pretenden, con su uso, chantajear al gobierno
norteamericano. La serie muestra también las maniobras de grupos empresariales
relacionados con las políticas de defensa para afianzar sus intereses
económicos intentando demostrar la
debilidad defensiva de EE.UU., y que no dudan en aliarse con sus enemigos en
aras de un interés común.
En Infiltrado, la narración comienza en la Primavera
Árabe egipcia para darnos a conocer los oscuros fondos del tráfico de armas en
el Mediterráneo y sus imbricaciones con autoridades y servicios de
inteligencia, británicos en este caso.
En suma, estas series ofrecen una aproximación fidedigna no
a hechos reales concretos –aunque algunas referencias a la actualidad no pasan
desapercibidas-, ya que son obras de ficción, pero sí a problemas, concepciones,
enfrentamientos y modos de actuación de los servicios de inteligencia de las
grandes potencias. Muestran una faceta de la realidad a menudo oculta o
simplemente supuesta; y en este aspecto puede residir su interés para la
historia actual.
FUENTES:
- Fernández, A. (2016). De Homeland a John Le Carré. Las series alimentan la nueva guerra fría. [Mensaje en un blog]. Recuperado 18 de marzo de 2016, a partir de http://blogs.elconfidencial.com/cultura/desde-melmac/2016-02-25/de-homeland-a-john-le-carre-las-series-alimentan-la-nueva-guerra-fria_1157719/
- Homeland. Dir.: Howard Gordon. Estreno en 2011. 5 temporadas.
- 24. Dir.: Joel Surnow y Robert Cochran. Estreno en 2001. 9 temporadas.
- El infiltrado. Dir.: Susanne Bier. Estreno en 2016. 1 temporada.
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