La publicación de un Diccionario Biográfico por parte de la Real Academia de la Historia ha suscitado una amplia polémica social e historiográfica al detectarse un evidente sesgo ideológico en algunas entradas muy significadas de la historia contemporánea de España: la de Francisco Franco, la de algunos políticos del PP, la de Manuel Azaña, la de Negrín,…
Este hecho nos puede ayudar a plantearnos una de las cuestiones más candentes del análisis histórico: el tema de la objetividad. La historia no es una ciencia exacta, se trata más bien de un método de conocimiento. Pero ello no es óbice para que cada historiador haga de su capa un sayo y pueda escribir o publicar lo que quiera. Y lo que quiera tiene mucho que ver, en la mayoría de los casos, con las gafas ideológicas con las que se emprende el trabajo histórico. Hay que ser honestos, y para ello solo caben dos maneras: o confesamos nuestro punto de partida ideológico y aceptamos que nuestra interpretación es teleológica (es decir que pretendemos llegar a unos fines determinados aunque la documentación y el trabajo de investigación de otros historiadores nos desmientan claramente) o reconocemos nuestra pretensión de objetividad -aún reconociendo que la objetividad absoluta no existe en ninguna ciencia social- y nos atenemos al rigor de la metodología histórica sin prejuzgar nuestra interpretación final. Todo lo demás es engañar al receptor.
El tratamiento de esas entradas se ha realizado desde una perspectiva claramente conservadora. Debía haberse advertido al lector o haber propuesto otras interpretaciones de historiadores menos sesgados y haber permitido al lector comparar y elegir. Se trata, además de una obra realizada con dinero público -un bien cada vez más escaso- y las finanzas de todos no deben costear la publicación de panfletos ideológicos. Salió la palabra, hay una gran diferencia entre el trabajo historiográfico serio y el panfleto ideológico, sea de la ideología que sea. Y un buen científico social nunca debe confundir opinión con análisis historiográfico y si lo hace a sabiendas, manipula.
El artículo de Julián Casanova que incorporamos en la entrada -La Academia y la historia, publicado en EL PAÍS de hoy- muestra palpablemente algunos de los problemas que acabamos de señalar. Precisamente, saber historia nos debe salvar de manipulaciones e interpretaciones tendenciosas; si no es así conocer la historia no es más que otro pasatiempo.
Para leer el artículo pulsa la imagen.
Este hecho nos puede ayudar a plantearnos una de las cuestiones más candentes del análisis histórico: el tema de la objetividad. La historia no es una ciencia exacta, se trata más bien de un método de conocimiento. Pero ello no es óbice para que cada historiador haga de su capa un sayo y pueda escribir o publicar lo que quiera. Y lo que quiera tiene mucho que ver, en la mayoría de los casos, con las gafas ideológicas con las que se emprende el trabajo histórico. Hay que ser honestos, y para ello solo caben dos maneras: o confesamos nuestro punto de partida ideológico y aceptamos que nuestra interpretación es teleológica (es decir que pretendemos llegar a unos fines determinados aunque la documentación y el trabajo de investigación de otros historiadores nos desmientan claramente) o reconocemos nuestra pretensión de objetividad -aún reconociendo que la objetividad absoluta no existe en ninguna ciencia social- y nos atenemos al rigor de la metodología histórica sin prejuzgar nuestra interpretación final. Todo lo demás es engañar al receptor.
El tratamiento de esas entradas se ha realizado desde una perspectiva claramente conservadora. Debía haberse advertido al lector o haber propuesto otras interpretaciones de historiadores menos sesgados y haber permitido al lector comparar y elegir. Se trata, además de una obra realizada con dinero público -un bien cada vez más escaso- y las finanzas de todos no deben costear la publicación de panfletos ideológicos. Salió la palabra, hay una gran diferencia entre el trabajo historiográfico serio y el panfleto ideológico, sea de la ideología que sea. Y un buen científico social nunca debe confundir opinión con análisis historiográfico y si lo hace a sabiendas, manipula.
El artículo de Julián Casanova que incorporamos en la entrada -La Academia y la historia, publicado en EL PAÍS de hoy- muestra palpablemente algunos de los problemas que acabamos de señalar. Precisamente, saber historia nos debe salvar de manipulaciones e interpretaciones tendenciosas; si no es así conocer la historia no es más que otro pasatiempo.
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Hola José Manuel, volia pregunatar-te si has posat así en el blog el que ens vas dir a final de curs que entraria per a l'examen de setembre.
ResponderEliminarSi pots dir-m'ho l'antes possible millor, ja que men vaig a Manchester 3 setmanes i magradaria endur-m'ho...
Moltes gràcies, i que acabes de passar un bon estiu.