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viernes, 24 de enero de 2025

Los últimos de Filipinas: el final del imperio ultramarino español.

El año 1898 ha quedado como referente de la pérdida de los últimos restos del imperio ultramarino español. La guerra hispano-cubano-estadounidense fue el conflicto que provocó dicha desaparición, pero los orígenes de este conflicto se remontan años atrás y surgen en Cuba.

El primer enfrentamiento entre cubanos y españoles se inició en 1868, fecha en la que  comenzó la denominada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Al mismo tiempo que en la península estallaba la Revolución, en Cuba se declaraba la guerra. Este enfrentamiento ya significó un aviso de que las relaciones entre la metrópoli y la colonia estaban volviéndose difíciles; los criollos pedían más derechos políticos y económicos, la abolición de la esclavitud y la rebaja de impuestos. La Paz de Zanjón (10 de febrero de 1878) significó la rendición de las tropas rebeldes que lograron algunas mejoras –libertad de los esclavos que participaron en el conflicto y algunos derechos políticos–, pero quedaron lejos de sus grandes pretensiones: la independencia y la abolición total de la esclavitud. 

Como esta primera confrontación no sirvió para cerrar definitivamente los desacuerdos, en 1895 volvió a estallar otra revuelta contra España, desencadenándose un nuevo conflicto armado. Tanto la abolición de la esclavitud (1886) como las cesiones del gobierno español –autonomía plena, igualdad de derechos políticos, sufragio universal, etc.– llegaron tarde. Para los dirigentes de los independentistas cubanos, liderados por el Partido Revolucionario Cubano de José Martí y apoyados por los grupos imperialistas estadunidenses, estas medidas eran insuficientes.  

El elemento definitorio en el conflicto fue la intervención militar estadounidense. El "casus belli" fue el hundimiento del acorazado norteamericano Maine, de visita en La Habana, pero las causas de la intervención han de situarse en el contexto de la carrera imperialista que caracterizó el cambio de siglo y en el creciente expansionismo de Estados Unidos, muy interesado en controlar los mares limítrofes, especialmente el Caribe y el Pacífico (doctrina Mahan). En estos mares se hallaban, precisamente, los restos coloniales españoles, defendidos por una metrópoli sumida en otros problemas y con una capacidad militar muy inferior a la estadounidense. 

 Colonias españolas de ultramar en 1898.
Fuente: https://es.pinterest.com/source/images.classwell.com 

La guerra, como es bien sabido, se extendió también a Filipinas y concluyó con la derrota española, plasmada en las batallas navales de Cavite (Filipinas), el 1 de mayo, y Santiago de Cuba, el 3 de julioLa pérdida de los últimos restos del imperio representó un duro golpe para el prestigio y el papel internacional de España, pero en el interior este hecho fue acogido con indiferencia e incluso alivio. En algunos aspectos, como el económico, la pérdida colonial fue positiva al repatriarse bastantes capitales y evitarse el enorme gasto de la guerra. 

En Filipinas la presencia española era más reducida que en Cuba, limitándose a las ciudades y las zonas costeras. Los nativos y los mestizos pidieron reformas, al igual que había ocurrido en Cuba, demandas que se vehicularon a través de la creación de la Liga Filipina (1893) dirigida por José Rizal. Pero será el Katipunan liderado por Emilio Aguinaldo el que inicie, en 1896, la rebelión armada contra España. El conflicto parecía encauzado a finales de 1897, pero la intervención estadounidense, en el marco de la guerra hispano-cubano-estadounidense, reavivó la guerra. 

Batalla naval de Cavite. Anónimo, 1898. Battle of Manila Bay showing USS Olympia

La derrota española se plasmó en el Tratado de París (diciembre 1898) por el que España reconoció la independencia de Cuba y la cesión de Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos. La guerra había concluido, por tanto, a finales de 1898.

Durante el conflicto, un destacamento de soldados españoles se quedó aislado de sus líneas en un poblado denominado Baler, situado al noreste de la isla de Luzón. Los combatientes españoles se refugiaron en una iglesia y allí soportaron sin rendirse un asedio que duró 337 días, hasta el 2 de junio de 1899. Su aislamiento les impidió conocer la evolución de la guerra, así como la firma de la paz en diciembre de 1898. Mientras tanto, había comenzado una nueva confrontación entre filipinos y norteamericanos, en las que el destacamento español ya no intervino.

 

Localización de Baler 

 Localización de Baler

Cuando conocieron finalmente la firma de la paz, las tropas españolas se rindieron de forma honrosa a los filipinos. Estos no los consideraron prisioneros y permitieron su traslado a Manila con todos los honores. Desde allí regresaron a la península, desembarcado en Barcelona el 1 de septiembre de 1899. Ya en España recibieron un triste recibimiento sin que colectivamente se les reconociese mérito alguno. Pronto fueron olvidados. 

El destacamento de Baler a su llegada a Barcelona. Fuente: Wikipedia.

La gesta, que oscila entre la heroicidad y lo absurdo, ha pasado a la historia militar española como un gran hito. El valor de estos soldados, desperdiciado en una epopeya que no podía salir bien, se ha convertido en una muestra de valentía, incluso cuando el sacrificio era por una causa imposible. Como en tantas otras ocasiones, estos hombres fueron ninguneados después y su gesta apenas recordada y valorada.

En el mismo año en que los últimos de Filipinas regresaban a España, el gobierno de Francisco Silvela vendía a Alemania las Carolinas, las Marianas –menos Guam– y las Palaos. Sin bases militares y navales en Filipinas era imposible ejercer cualquier tipo de soberanía sobre ellas. El imperio español en el Pacífico desaparecía definitivamente.

Últimos restos del imperio español en el Pacífico. Fuente: Wikipedia

Bibliografía.



miércoles, 8 de enero de 2025

Las bases militares de Estados Unidos: un instrumento de hegemonía.

El mundo dejó de ser bipolar al acabar la Guerra Fría. Surgió entonces lo que se ha denominado el multilateralismo, es decir, la aparición en la escena geopolítica mundial de nuevos actores: China, Rusia, India, la UE, etc. Ello implicó, básicamente, que Rusia quedaba reducida al estatus de potencia regional y que Estados Unidos renunciaba a emprender grandes acciones militares por sí solo. Las guerras de Irak y Afganistán dieron la razón a esta teoría, afianzada durante la presidencia de Obama. Esa ha sido la característica de la política exterior norteamericana también durante los mandatos de Trump y Biden, excepto pequeñas acciones sin gran trascendencia.  A pesar del multilateralismo y de una estrategia de mayor contención, Estados Unidos sigue siendo la principal potencia militar del planeta y a mucha distancia del resto.

Las bases militares norteamericanas en el exterior y las flotas navales permanentes distribuidas por toda la geografía del planeta constituyen  los fundamentos del poder bélico de los Estados Unidos. De ellos, el factor primordial, porque es el que permite la proyección de su fuerza, es el de las bases –terrestres, navales o aéreas– y su distribución geográfica. 

Base aérea de Incirlik (Turquía). Fuente: http://internacional.elpais.com

Muchas de estas bases tienen su origen en la época de la Guerra Fría, pero otras han sido creadas más recientemente como respuesta a necesidades o conflictos surgidos tras la desaparición del bloque comunista. Durante el enfrentamiento “frío” con la URSS, Estados Unidos procuró situar unidades militares allá donde la expansión comunista podía constituir un peligro. Toda esta infraestructura, sin embargo, se ha mantenido y actualmente EE.UU. cuenta con unas 800 bases militares cuyo mantenimiento cuesta a los contribuyentes norteamericanos unos 100.000 millones de dólares anuales; de la misma manera, un porcentaje alto de sus tropas se hallan desplegadas en países extranjeros: Japón, Alemania, Corea del Sur, Afganistán, Irak,… hasta llegar a 74 países. Las diferencias con el resto de potencias es abrumadora: Francia tiene bases militares en 11 países, Gran Bretaña también en 11 países, Rusia en 9 y China en 1.  

Pese a que las amenazas al liderazgo mundial estadounidense son varias, su potencial militar y, sobre todo, su capacidad para desplegarlo en cualquier punto del planeta hacen de Estados Unidos el país hegemónico militarmente. Aparte de su enorme gasto en defensa y de la potencialidad de su ejército, lo que también diferencia a EE.UU. de otras potencias –Rusia, China, …– es precisamente la disponibilidad de bases en todos los continentes, incluyendo  Groenlandia. Y ello sin contar con las bases secretas, que se sabe que existen, pero no donde; son las denominadas bases nenúfares –pequeñas bases que sirven de tránsito o de centro de operaciones a escala reducida–. Esta red de bases no se explica solamente por las necesidades defensivas de Estados Unidos como país. Su disposición obedece a una política que pretende mantener una hegemonía militar universal, clara y eficaz. Ella hace posible el intervencionismo de Estados Unidos en casi todos los conflictos bélicos donde sus intereses lo requieran.


Observando el mapa de la distribución de estas bases podemos deducir dónde se concentra el principal interés militar estadounidense. El mayor número de bases se concentra en Europa, el Oriente Próximo y el Mar del Japón. En las bases europeas, muchas de las cuales también pertenecen a la OTAN, reside buena parte del poder aéreo estadounidense. Por ejemplo, la base alemana de Ramstein es clave en la ruta de suministros que procedente de Estados Unidos tiene como meta Oriente Próximo o Afganistán. Los aviones de transporte C-130, C-17 o C-5 Galaxy cumplen perfectamente esa tarea, fundamental para mantener la maquinaria bélica engrasada. Esta base es clave también para el control de los drones que vigilan las zonas conflictivas de Oriente Próximo o el norte de África. 

Las bases en Europa –la citada de Ramstein, Rota (España), Morón (España), Aviano (Italia), …– son un recuerdo de los planteamientos estratégicos imperantes durante la Guerra Fría. No obstante, han surgido nuevas bases en zonas calientes o que poseen un interés de cara, sobre todo, a controlar los movimientos de Rusia en la Europa del Este. Estos presupuestos pueden aplicarse, por ejemplo, a las bases aéreas de Tuzla (Bosnia-Herzegovina), Taszár (Hungría), Graf Ignatievo (Bulgaria) o a la terrestre de Camp Bondsteel en Kosovo. Tampoco es posible dejar de lado el hecho de que Estados Unidos todavía dispone de armas nucleares en suelo europeo, especialmente en Alemania. Pero, ¿qué interés estratégico tiene actualmente Europa para los Estados Unidos?, la respuesta es triple:

  • La participación en el control del Ártico a través de los países nórdicos. Este mar es una zona con interés económico –yacimientos de gas y petróleo– y posible ruta de navegación interoceánica si  se confirma la tendencia al deshielo que se está observando. Es, además, una zona de posible confrontación con Rusia.
  • Los Balcanes son una región actualmente estabilizada pero con conflictos congelados. Su posición geográfica es fundamental para el acceso al Oriente Próximo, región donde se están produciendo los principales conflictos armados en la actualidad y donde las tensiones –sunníes contra chiíes; israelíes contra palestinos; terrorismo; países inestables, etc.–, están a flor de piel. Además, la región controla la entrada al Mar Negro, así como el acceso de la flota rusa al Mediterráneo.
  • El sur de Europa proporciona una base geográfica esencial para la proyección hacia el norte de África y hacia el Oriente Próximo, así como para el control del mar Mediterráneo.

La presencia de bases norteamericanas en África obedece principalmente a la necesidad de recoger información sobre el terrorismo islámico y a tareas de inteligencia realizadas mediante drones. Estas bases se han implantado en países afectados por el yihadismo radical –Mauritania, Senegal, Burkina Faso, etc.– No obstante, su principal base en África es Camp Lemonnier, una estación naval situada en Djibuti y desde donde puede proyectar su fuerza sobre todo el este del continente.

En Latinoamérica, el pentágono ha creado nuevas bases en Chile, Colombia, El Salvador, etc. Y ha ampliado otras que ya tenía –Honduras, Belice, Costa Rica, …–; la presencia de bases en el continente americano no obedece a la prevención de posibles ataques armados a Estados Unidos, sino al control del territorio, al mantenimiento de alianzas y al acceso a recursos o mercados.

La zona del Pacífico occidental está convirtiéndose en una referencia estratégica fundamental en el interés del Pentágono. A esta región tienen acceso tanto China como Rusia, potencias que pueden cuestionar la hegemonía norteamericana y que Estados Unidos debe contener. Además, siempre está presente el permanente conflicto con Corea del Norte, cuya amenaza sirve para asentar la presencia norteamericana en Japón y Corea del Sur, países con una enorme presencia de tropas de Estados Unidos. El otro gran objetivo es vigilar la expansión marítima de China; ello explica la vuelta de su presencia militar en Filipinas, el creciente acercamiento a Vietnam o los nuevos tratados con Tailandia. Todo ello forma parte de esta estrategia.

Simultáneamente y en relación con la región del Pacífico y el control de las rutas marítimas en esa zona, se ha consolidado la presencia norteamericana en el Índico, donde ya existía la importante base de Diego García, y donde han surgido nuevas bases en países costeros africanos –Kenia, Mozambique, …–, así como en la zona del cuerno de África. Aquí, con el objetivo confeso de combatir la piratería –la citada base de Djibuti o la presencia en Etiopía– que se proyecta desde Somalia, cuyo intento de control se convirtió en uno de sus fracasos más sonados.

Despliegue militar norteamericano en el oeste del Pacífico. Fuente: http://www.humanite.fr/etats-unis-chine-la-nouvelle-guerre-du-pacifique

Esta entrada se publicó originalmente el 14 de junio de 2017.

Bibliografía.

Fontana, J. (2011). Por el bien del imperio. Barcelona: Ed. Pasado y Presente.

Jenkins, P. (2012). Breve historia de Estados Unidos. Madrid: Alianza Editorial.

Olmo, G. D. (2017). La inmensa red militar con la que Estados Unidos domina el mundo  Retrieved from http://www.abc.es/internacional/abci-inmensa-militar-estados-unidos-domina-mundo-201704171957_noticia.html

Redacción. (2017). Qué tan grande es el poderío nuclear de Estados Unidos y por qué Donald Trump quiere más  Retrieved from http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-39085377

Vine, D. (2012). Nenúfares: las nuevas bases de Estados Unidos por el globo  Retrieved from http://www.tercerainformacion.es/antigua/spip.php?article40133

sábado, 21 de diciembre de 2024

La invasión estadounidense de Panamá

El 20 de diciembre de 1989 tropas norteamericanas invadieron Panamá. Por orden del presidente George H. W. Bush, unos 26.000 soldados atacaron y tomaron la ciudad de Panamá y controlaron el país. La llamada “Operación Causa Justa” sigue siendo una herida abierta en la historia panameña, en la que dejó un reguero de muertes aún sin concretar –300, 3.000…

Mapa político de Panamá. Fuente: Perry Castañeda Library.

El régimen del general Noriega.

El general Noriega fue ascendiendo en la escala militar panameña desde los años sesenta del pasado siglo y siempre fue un gran colaborador de la CIA norteamericana. No hay que olvidar el papel del país como centro de distribución de armas, equipo militar y capitales destinados a los movimientos contrainsurgentes latinoamericanos, actividad controlada por la agencia norteamericana. Se sabría también, más tarde, que Noriega había sido paralelamente un importante traficante de cocaína, pero aun así fue protegido por el gobierno norteamericano, o al menos por sectores del mismo, dado su destacado papel en las actuaciones de inteligencia contra las guerrillas latinoamericanas.

General Manuel Antonio Noriega. Fuente: BBC Mundo.

Nacido en 1934, poco a poco fue ascendiendo en el Ejército de la mano del general Omar Torrijos, que ocupaba el poder desde que en 1968 encabezó un golpe de Estado contra el presidente Arnulfo Arias –primer golpe militar en la historia de Panamá. Desde 1970 Noriega controlaba la inteligencia militar panameña. 

Tras la muerte de Torrijos en 1981, su poder fue aumentando al tiempo que jugaba a todas las bandas: mientras era un estrecho aliado de Estados Unidos, mantenía vínculos con Cuba; y al mismo tiempo que prestaba el territorio panameño para las operaciones de la CIA, cobraba jugosas comisiones de los cárteles colombianos al permitir que el país fuese una pieza clave en el traslado de cocaína a los Estados Unidos. En 1983 se hizo con el mando del ejército panameño (denominado desde entonces Fuerzas de Defensa), convirtiéndose también en dictador de hecho, a pesar de la existencia de cierta apariencia democrática.

La historia del desencuentro con la potencia estadounidense comenzó en 1984 cuando Noriega cerró la Escuela de las Américas, donde se formaban los militares latinoamericanos que luego combatirían contra las guerrillas izquierdistas en el continente. Su política represora y antidemocrática tampoco suscitaba simpatías en Washington. Las elecciones presidenciales de mayo de ese mismo año fueron ganadas, a pesar de las protestas por fraude, por Nicolás Barletta, candidato del Partido Revolucionario Democrático (PRD), fundado por Torrijos. Aunque era apoyado por Noriega, pronto dimitió por las presiones del mandatario militar. Le sucedió Eric Arturo Delvalle (1985-1988), del Partido Republicano, un grupo político de derecha; todo ello con el beneplácito del general. Delvalle  intentó, un tiempo después, despojar a Noriega del control de las Fuerzas de Defensa, por lo que fue destituido en febrero de 1988 y tuvo que exiliarse en Estados Unidos. Anteriormente, en 1985, el principal opositor a Noriega, Hugo Spadafora, le había acusado de connivencia con el narcotráfico;  apareciendo asesinado poco después. Estas actuaciones hicieron que algunos senadores norteamericanos exigieran que se depusiese a Noriega.

Mandatarios civiles y militares de Panamá (1968-1989)

En Estados Unidos, las consecuencias del escándalo Irán-Contra  provocaron un cambio  en la dirección de la CIA, siendo apartados los protectores de Noriega. Inmediatamente, aparecieron las primeras acusaciones contra Noriega de narcotráfico y falta de respeto a los derechos humanos. A partir de ese momento, finales de 1987, Estados Unidos comenzó presionar a Noriega para que abandonase el cargo.

Paralelamente, en Panamá, los años transcurridos entre 1983 y 1989 fueron de una constante situación de crisis política –anulación de elecciones, protestas populares, represión...– y socioeconómica –caída del Índice de Desarrollo Humano, hundimiento del PIB, etc. En esta coyuntura negativa, las elecciones de mayo de 1989, realizadas en el marco de un bloqueo económico norteamericano, iniciarían el proceso que llevó a la invasión estadounidense y a la caída del general. 

La invasión

En efecto, las elecciones presidenciales  fueron ganadas por el candidato opositor, Guillermo Endara, quien contaba con el beneplácito de George Bush padre. Ante ello, Noriega decidió anular las elecciones, argumentando la “interferencia extranjera”. Se sucedieron manifestaciones, ataques a los opositores e incluso un intento fracasado de golpe de Estado contra el general. La crisis política impulsó la intervención militar norteamericana. Desde octubre hasta diciembre de 1989 fue planificándose la invasión –llamada operación “Causa Justa”. Sus objetivos, según Estados Unidos, eran capturar a Noriega y proteger a  ciudadanos e intereses estadounidenses en el país.

Ataques militares estadounidenses. Fuente: Perry Castañeda Library.

El general logró huir y refugiarse en la Nunciatura Apostólica, que fue asediada por las tropas invasoras, aplicando tácticas de guerra psicológica al rodear la sede diplomática con grandes altavoces que emitían música heavy a gran volumen. El 3 de enero de 1990, Noriega se entregó al ejército estadounidense y fue inmediatamente trasladado a Miami. Este hecho ponía fin a la dictadura militar panameña. Finalmente, fue juzgado en Estados Unidos y condenado a 40 años por narcotráfico y blanqueo de dinero.

Blindados estadounidenses en las calles de Panamá. Fuente: https://www.wearethemighty.com/

La invasión, en la que participaron unos 26.000 soldados, fue llevada a cabo por tropas de élite del las Fuerzas Armadas de EE. UU. Por su lado, las Fuerzas de Defensa Panameñas disponían de unos 12.000 hombres. Los primeros bombardeos estadounidenses destruyeron los aeropuertos y las bases militares, anulando la débil capacidad de respuesta de las fuerzas panameñas. El conflicto provocó la muerte de numerosos civiles, pues algunas instalaciones militares se hallaban cerca de viviendas. Particularmente grave fue la destrucción del barrio de El Chorrillo, cercano a la sede la Comandancia Central de las FDP. Las operaciones militares duraron pocos días dada la desigualdad de las fuerzas implicadas.

El barrio de El Chorrillo en llamas durante la invasión. Fuente: https://especiales.tvn-2.com/

La guerra se inició sin una declaración formal previa, siendo condenada por la ONU y la Organización de Estados Americanos (OEA). En cuanto a las bajas en el conflicto, todavía hoy no existen cifras precisas en cuanto a los civiles fallecidos. Algunas estimaciones de ONGs calculan que pudieron producirse un total de 3.000 víctimas panameñas entre civiles y militares, aunque solo en El Chorrillo se estima que perecieron entre 300 y 600 civiles. Sin embargo, otras instituciones como la Iglesia Católica o el Instituto de Medicina Legal de Panamá ofrecen cifras más bajas; de unos cientos de muertos y un centenar de heridos. Por parte de Estados Unidos perecieron 23 soldados.

Conclusiones

Estos acontecimientos trasmiten una pregunta inmediata: ¿cómo pasó Noriega de ser un fiel aliado y servidor de Estados Unidos a convertirse en un obstáculo que requirió una invasión militar?  No es fácil responder a esta pregunta. Probablemente, el punto de inflexión estuvo en su excesiva vinculación con el narcotráfico colombiano y su asunción de que era realmente un poder autónomo  en vez de un subalterno del poder estadounidense. Su error fue chocar con los intereses norteamericanos, creyéndose amparado por la todopoderosa CIA en su papel de pieza clave en la lucha anticomunista. En aquel momento, la zona del canal tenía singular importancia para los intereses estratégicos de Estados Unidos y esta potencia no podía permitirse sostener a un autócrata veleidoso cuyas relaciones con el narcotráfico ya eran evidentes.

La etapa de las dictaduras latinoamericanas parecía terminar. La conclusión de la Guerra Fría alejaba los miedos a posibles intervenciones comunistas en el continente. Mientras transcurrían estos hechos, solamente pervivían en Latinoamérica las dictaduras de Pinochet en Chile y el autoritarismo de Fujimori en Perú. Los dictadores dejaban de ser  fundamentales para los intereses estadounidenses. Otros modos de supervisión se imponían. Esta fue la última invasión armada de Estados Unidos en Latinoamérica, aunque ello no ha impedido que el poder estadounidense haya estado detrás de otros derrocamientos presidenciales, siempre indirectamente, eso sí.

Dictaduras latinoamericanas durante la segunda mitad del siglo XX. Fuente: elordenmundial.com

La invasión trastocó gravemente la economía panameña, que ya estaba tocada tanto por el bloqueo norteamericano desde 1988 como por la aplicación de las medidas liberalizadoras exigidas por el FMI desde 1986. Así, el paro aumento de un 20% en 1989 a un 33% en su momento más elevado tras la invasión. También el PIB retrocedió. El país tardaría en recuperarse y en superar el trauma de la invasión, dejando un país dividido entre quienes apoyaban la invasión y quienes pensaban que era una agresión al país.

Bibliografía.

Aznarez, Juan J. (2007). El autócrata de Panamá. EL PAÍS. Recuperado del 23 de diciembre de https://elpais.com/diario/2007/08/29/internacional/1188338402_850215.html

BBC Mundo (2007). Tras las huellas de Noriega. Recuperado de: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_6978000/6978587.stm

Blasco, Lucía (2019. Invasión de EE.UU. a Panamá en 1989: cómo la "Operación Causa Justa" llevó a la caída de Noriega y la desparición del ejército en el país centroamericano. BBC Mundo. Recuperado el 27 de diciembre de 2019 de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50685275

EL PAIS (1999). Noriega como símbolo. El PAÍS. Recuperado el 27 de diciembre de 2019 de https://elpais.com/diario/1999/12/12/internacional/944953214_850215.html

Historia de Panamá (sin fecha). En Wikipedia. Recuperado el 23 diciembre de 2019 de https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Panam%C3%A1

Soler, Ricaurte (1991). La invasión de Estados Unidos a Panamá. México, Ed. Siglo XXI

viernes, 18 de marzo de 2016

Ficción e historia: terrorismo, espionaje y conspiraciones políticas en las series de televisión.



Los acontecimientos que van definiendo la historia actual transcurren de forma muy rápida ante nuestros ojos y no nos permiten disponer del tiempo y de la información necesaria para reflexionar y analizarlos. Pero con suma celeridad estos hechos se convierten en protagonistas de la ficción dramática  de series y películas que nos transmiten  una lectura interesada de los mismos. Aunque no es así siempre.

Todos sabemos que la industria audiovisual norteamericana es la más poderosa y la que marca las tendencias de la producción cinematográfica y televisiva. La cantidad de su producción y la enorme diversidad de temas que promueve la hacen un instrumento eficaz de la difusión de los centros de interés político o histórico de Estados Unidos. Aparece así una fuerte interrelación entre la acción política norteamericana ­–tanto interna como externa– y los argumentos de las producciones audiovisuales. Esta correlación es mucho más difícil de observar en otros países.

Hace ya tiempo que el análisis histórico incorporó el cine y el documental como recursos  y lo mismo se ha hecho con la fotografía y con la radio –a través de los podcast–. Pero las series televisivas habían quedado un tanto al margen de su utilización como fuente de información histórica; su excesiva duración, la presentación parcelada –que requiere conocer lo acontecido anteriormente para comprender lo que está ocurriendo–, su intencionalidad dramática, etc., son factores que dificultan su aprovechamiento historiográfico.

Muchas de estas series o películas se quedan en aspectos superficiales o meramente propagandísticos pero otras, como las que nos ocupan ahora, muestran una mayor profundidad en las informaciones y en los argumentos que manejan. Se trata de productos de ficción y evidentemente no de documentos históricos. Es importante que no olvidemos esta premisa. Pero también muestran, en su desarrollo argumentativo, análisis de tendencias políticas, de conflictos y de las actuaciones de los servicios de inteligencia que pueden estar muy próximos a la realidad.




¿Para qué nos pueden servir estas series? En primer lugar para la identificación del enemigo de los EE UU. En el caso de la serie Homeland este se identifica claramente con el yihadismo islamista: su modus operandi, su ideología, su fundamento político, sus posibles alianzas, etc. En el caso de la serie 24, este enemigo es más amplio y difuso pues abarca desde los yihadistas islámicos hasta grupos de presión del mismo gobierno norteamericano, pasando por narcotraficantes mejicanos, terroristas de las ex-repúblicas soviéticas, compañías militares privadas, además de los enemigos ya tradicionales: Rusia, China e Irán –no citada nunca por su nombre–. Una panoplia muy amplia que entraña un repaso de casi todos los enemigos  contemporáneos de Estados Unidos.

Es conocida la habilidad de la industria cultural norteamericana para presentar, catalogar y denunciar al enemigo de turno y hacer caja con ello. A través de esos enemigos se podría reconstruir la historia norteamericana: ingleses, indígenas americanos, mejicanos, alemanes, japoneses, comunistas, especialmente soviéticos y vietnamitas –ya en el contexto de la Guerra Fría–, palestinos, narcotraficantes, serbios, las naciones del “eje del mal” –Corea del Norte, Irán, Libia,...–, Saddam Hussein, y ahora el yihadismo islamista o, sencillamente, el terrorismo. Sin olvidar a la persistente Rusia. Como vemos no le han faltado enemigos a la gran potencia. A estos hostiles tradicionales se ha añadido realidades nuevas, rápidamente trasladadas a la pantalla: los traficantes de armas, los intereses industriales representados por las compañías militares privadas, las divergencias en el seno de los servicios de inteligencia, el ciberespacio, etc.

Casi siempre la cuestión básica es el debate entre el bien, representado por los EE UU, y el mal, representado por sus enemigos. Es una dicotomía primaria, pero, a veces, algunas obras van más allá de esta simplificación. En Homeland, por ejemplo, el perfil de los personajes dista de ser blanco o negro, humanizándose en todos los bandos. En la serie 24, el perfil de los personajes es más simplón. En El Infiltrado los personajes también aparecen más matizados, notándose el respaldo literario del texto de John Le Carré.

¿Qué escenarios presentan estas series? Los ejes argumentativos suelen girar en torno al fenómeno terrorista en todas sus variantes. En Homeland el peligro proviene de un posible terrorista durmiente representado en la persona de un héroe de guerra norteamericano que regresa a casa después de un largo período de cautiverio. La pretensión de atentar se enfrenta a la acción de la CIA para impedirlo. Pero las vicisitudes argumentativas lleva a los protagonistas al marco de la guerra en Oriente Próximo donde aparece reflejado con gran realismo, por ejemplo, el papel de los drones en los combates contra los yihadistas. Las actuaciones y la forma de trabajo de la CIA se reflejan con gran verismo.

En 24 los peligros son más variados. Casi todos ellos se refieren al uso de armas de destrucción masiva por parte de grupos terroristas muy diversos: yihadistas, rusos, chinos, mafiosos, serbios, etc. El peligro de la utilización de este tipo de armas aparece claro y, sobre todo, posible. Pequeñas bombas nucleares, armas químicas o biológicas caen en manos de los terroristas que pretenden, con su uso, chantajear al gobierno norteamericano. La serie muestra también las maniobras de grupos empresariales relacionados con las políticas de defensa para afianzar sus intereses económicos intentando demostrar  la debilidad defensiva de EE.UU., y que no dudan en aliarse con sus enemigos en aras de un interés común.



En Infiltrado, la narración comienza en la Primavera Árabe egipcia para darnos a conocer los oscuros fondos del tráfico de armas en el Mediterráneo y sus imbricaciones con autoridades y servicios de inteligencia, británicos en este caso.


En suma, estas series ofrecen una aproximación fidedigna no a hechos reales concretos –aunque algunas referencias a la actualidad no pasan desapercibidas-, ya que son obras de ficción, pero sí a problemas, concepciones, enfrentamientos y modos de actuación de los servicios de inteligencia de las grandes potencias. Muestran una faceta de la realidad a menudo oculta o simplemente supuesta; y en este aspecto puede residir su interés para la historia actual.


FUENTES:
  • Fernández, A. (2016). De Homeland a John Le Carré. Las series alimentan la nueva guerra fría. [Mensaje en un blog]. Recuperado 18 de marzo de 2016, a partir de http://blogs.elconfidencial.com/cultura/desde-melmac/2016-02-25/de-homeland-a-john-le-carre-las-series-alimentan-la-nueva-guerra-fria_1157719/
  •       Homeland. Dir.: Howard Gordon. Estreno en 2011. 5 temporadas.
  •      24. Dir.: Joel Surnow y Robert Cochran. Estreno en 2001. 9 temporadas.
  •      El infiltrado. Dir.: Susanne Bier. Estreno en 2016. 1 temporada.

Las elecciones celebradas durante la Segunda República

El régimen político de la Segunda República española (1931-1939) significó la ruptura con la preponderancia secular del conservadurismo soci...