La breve crisis económica que se produjo entre 1920 y 1921 ha quedado eclipsada por la enorme repercusión que tuvo la Gran Depresión de 1929. Resulta una crisis menor si las comparamos, pero, en bastantes aspectos, anticipa los problemas que acabarían provocando la depresión de finales de los años veinte. Fue una crisis de reconversión que no sirvió para asentar los pilares de un crecimiento sólido pero que sí marcó la pérdida de la hegemonía europea.
La Primera Guerra Mundial trastocó el equilibrio económico existente: los Estados se endeudaron, se pusieron en circulación grandes cantidades de dinero y se produjo una reconversión de la producción para cubrir las necesidades militares. Algunos países –España, Japón, Holanda y, sobre todo, Estados– pudieron aumentar sus exportaciones a los países en guerra, generando en contrapartida un gran déficit comercial en los países beligerantes que estos sólo podían compensar con sus reservas de oro. El continuo gasto provocó la desaparición de dichas reservas y, con ello, el abandono del sistema monetario basado en el patrón-oro.
El final del conflicto significó también el inicio de la decadencia de Europa y el auge de Estados Unidos, convertido en la potencia dominante. Los países europeos beligerantes –Gran Bretaña, Francia, Italia,…– se habían empobrecido a consecuencia de la guerra y tenían importantes deudas con Estados Unidos que había acumulado un gran porcentaje de las reservas mundiales de oro lo que convirtió al dólar en la moneda de referencia para las transacciones internacionales, desplazando a la libra esterlina.
Al acabar la guerra se esperaba una crisis económica producida por la reconversión de los sistemas económicos a las necesidades de una etapa de paz. Pero no ocurrió tal cosa, al contrario durante 1919 se produjo un inesperado boom económico impulsado por el inicio de las tareas de reconstrucción en Europa y por la recuperación del consumo privado. El aumento de la demanda se dirigió especialmente a Estados Unidos, donde produjo un aumento de la inflación que también afectó a otros países europeos. Este proceso inflacionario se vio acrecentado por la desaparición del patrón-oro y el desorden monetario consecuente.
Hacia 1920 la tendencia expansiva comenzó a frenarse. En 1919 los Estados Unidos habían concluido su política de préstamos a Europa y, en 1922, para contener la inflación, adoptaron un arancel proteccionista (Ley Fordney-McCumber). Estas medidas se añadieron a los síntomas de recesión que comenzaba a mostrar la economía europea. Síntomas que provenían, como ya hemos apuntado, tanto de las dificultades generadas por la reconversión de una economía de guerra a otra de paz como del freno de la demanda tras el primer impulso reconstructor. Otras causas significativas fueron también la enorme deuda de los países beligerantes y las reparaciones exigidas a Alemania y a otras potencias derrotadas.
Nada más finalizar el conflicto bélico, Estados Unidos se enfrentó a una situación de alza de los precios provocada por un brusco aumento de la demanda. Para contenerla se aplicó una política antiinflacionaria mediante la restricción del crédito. Simultáneamente se produjo una crisis de sobreproducción originada por la enorme capacidad productiva de sus sectores agrario e industrial y la llegada a su mercado de las primeras importaciones europeas. Para solucionar este exceso de oferta implantó, como ya hemos señalado, una política comercial proteccionista. El efecto de estas políticas fue el retraimiento de la economía norteamericana y el inicio de la crisis; entre mayo de 1920 y junio de 1921 los precios se hundieron un 56 % en Estados Unidos. La restricción de los préstamos y las medidas proteccionistas trasladaron a Europa la crisis. Las políticas proteccionistas se fueron extendiendo entre las principales economías.
Al interpretar la crisis, muchos economistas –como por ejemplo Milton Friedman, Anna Schwartz o Paul Krugman entre otros– opinan que la recesión de 1920-21 fue el resultado de una política monetaria contractiva por parte del Banco de la Reserva Federal.
Los británicos se habían creído vencedores en el conflicto pero su economía había quedado muy maltrecha; la pérdida de mercados y la disminución del valor de la libra eran sus principales manifestaciones. A pesar de ello y al igual que en otros países, se produjo una coyuntura expansiva por el impulso del consumo que estuvo acompañada de un notable aumento de los precios. Pero en 1920 se invirtió la tendencia y comenzó a reducirse la producción y también la demanda. Mientras tanto, Gran Bretaña había mantenido una política arancelaria claramente proteccionista que perduraría hasta entrada la década de los años treinta.
En Francia, por su parte, también se produjo una recesión pero menos profunda que en Estados Unidos o en Gran Bretaña porque sus necesidades de reconstrucción mantuvieron una demanda de bienes de equipo elevada y porque el Estado francés se vio forzado a sostener un elevado gasto público para socorrer a los damnificados por el conflicto –heridos, viudas, pensionistas, etc.-. Se evitó así una caída severa de la demanda aunque no se pudo impedir el brote inflacionista.
Alemania escapó de la crisis de 1920 pero se le exigió un pago por indemnizaciones que ascendía a unos 33.000 millones de dólares, una cantidad impagable para la economía alemana, sobre todo cuando las medidas proteccionistas imperantes le impedían exportar y conseguir divisas u oro. Por ello, a finales del verano de 1922 el valor del marco alemán comenzó a caer de forma preocupante y a finales de año Alemania suspendió pagos. El país entró en un ciclo hiperinflacionista y en una profunda recesión que provocó un aumento del paro y del malestar social. La situación alemana tardaría en aclararse y de hecho no lo hará hasta la aplicación del Plan Dawes en 1924 y del Plan Young en 1929.
Podemos concluir afirmando que la recesión de 1920-21 se debió, en primer lugar, a la proliferación de medidas proteccionistas en todas las grandes economías. Como cada medida restrictiva provocaba represalias por parte de otras naciones afectadas, el comercio internacional se resintió, cayendo a niveles de principios de siglo. El nacionalismo económico agravó la situación.
La otra causa fue el desorden monetario provocado por la guerra y agravado por los tratados de paz. El problema de las indemnizaciones estaba en la base de la desorganización del sistema financiero pero también las deudas de los países beligerantes contribuyeron a trastocar el sistema. Al acabar la guerra el conjunto de deudas entre los países aliados alcanzaba los 20.000 millones de dólares, de los cuales la mitad aproximadamente eran préstamos norteamericanos.
BIBLIOGRAFÍA
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Fontana, J. (2017). El siglo de la revolución. Barcelona: Crítica.
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