Introducción.
Las epidemias han sido, junto a las guerras y las hambrunas –los tres jinetes del Apocalipsis, a los que se suma la Muerte, que sería la consecuencia de todos ellos–, uno de los principales azotes de las sociedades a lo largo de la historia. Las mortalidades catastróficas que provocaban eran capaces de trastornar, de forma más o menos duradera, estructuras sociales, políticas, económicas y mentales. La primera reacción social ante las epidemias era siempre el miedo, un miedo que no atiende a razones y que es capaz de arrollar cualquier cosa. La segunda era la búsqueda de la causalidad, concretada a menudo en la localización de las culpabilidades –judíos, brujas, pecadores, extranjeros, gobiernos...–.
Antes de la COVID-19, la última gran pandemia había sido la gripe de 1918. Tras el largo intervalo de tranquilidad epidémica llegamos a pensar que la humanidad se había librado de tales calamidades. Ya en pleno siglo XXI ha habido varios avisos de que eso no había ocurrido; la pandemia de la COVID-19 lo ha demostrado fehacientemente. Virus y bacterias siempre han estado ahí. También es cierto que la humanidad ha desarrollado armas médicas y sociales eficaces; sin embargo, hemos podido comprobar cómo la reciente pandemia ha obligado a recurrir a medidas antiquísimas pero aún insustituibles, por ejemplo, el confinamiento. Cabe pensar igualmente que si sociedades tan tecnificadas y desarrolladas científicamente como las actuales siguen teniendo dificultades para gestionar tales embestidas, ¿cómo pudieron las sociedades pasadas enfrentarse a esas calamidades?
El objetivo de la presente entrada es comprender el impacto de tales acontecimientos sobre las sociedades del pasado. Para ello analizaremos las cuatro mayores pandemias que históricamente han afectado a la humanidad.
Según Jared Diamond, uno de los pocos historiadores que ha estudiado las relaciones entre la historia y las epidemias, las enfermedades infecciosas comparten varias características:
- Se propagan rápida y eficazmente a partir de una persona infectada, con el resultado de que toda la población acaba quedando expuesta en un breve período
- En segundo lugar, son "enfermedades agudas": en un breve período de tiempo, el paciente muere o se recupera por completo.
- En tercer lugar, los afortunados que se recuperan desarrollan anticuerpos que los dejan inmunes durante mucho tiempo.
- En cuarto lugar, los animales pueden servir de reservorios -tanto de virus como de bacterias- y no ser afectados, pero sí infectar a los seres humanos.
La "peste" Antonina (165-192 d.C.).
Inicio y difusión
La "peste" Antonina se produjo en el siglo II d.C., concretamente entre el 165 y el 192 d.C., el período de máximo esplendor del Imperio. Se trató de la primera epidemia que afectó de forma global al mundo occidental, entendiendo por tal a todo el Imperio romano. Su impacto fue semejante al de la Peste Negra del siglo XIV o la gripe de 1918.
Inicio y difusión
La "peste" Antonina tuvo lugar en el siglo II d.C., concretamente entre el 165 y el 192 d.C., el período de máximo esplendor del Imperio. Se trató de la primera epidemia que afectó de forma global al mundo occidental, entendiendo por tal a todo el Imperio romano. Su impacto fue semejante al de la Peste Negra del siglo XIV o la gripe de 1918.
Las fuentes contemporáneas que nos informan de la enfermedad son fragmentarias, sobre todo las referentes a la etiología y al diagnóstico. Al respecto, la fuente más fiable fue Galeno, médico que trabajaba para el ejército de Marco Aurelio en las guerras marcomanas (territorios aproximados a lo que hoy son Eslovaquia y la República Checa) y que vivió los estragos de epidemia en el ejército y después en la misma Roma. Las fuentes difieren sobre el posible origen de la epidemia: unas localizan el brote inicial en el imperio Seléucida –el origen más probable–, otras lo hacen en Egipto o incluso en Etiopía.
Lo que sabemos seguro es que el ejército romano que se hallaba en Mesopotamia, infectado por la enfermedad, tuvo que retirarse y las unidades danubianas, al regresar a sus territorios, fueron difundiendo la plaga. También es seguro que procede de Oriente y que se fue difundiendo por la eficaz interconexión de las diversas regiones del Imperio –movimientos de población (soldados, mercaderes...) y de mercancías–; no hay que olvidar que el espacio romano se comportaba como un mundo globalizado.
La enfermedad.
Aunque en muchos textos aparece denominada como peste, en realidad se trató, según la mayoría de especialistas, de la viruela. A esta catalogación contribuyó la descripción que aportó Galeno de la misma –fiebre, diarrea, inflamación de la faringe y erupciones dérmicas–. Su mortalidad fue elevada, oscilando entre el 7 y el 10 % de la población, esto representó entre 3 y 5 millones de personas, y afectó, como ya hemos dicho, a todo el Imperio romano. Un 25 % de los afectados moría, según el historiador romano Dion Casio. Su incidencia fue mayor allí donde había más concentración de la población y se exigía un mayor contacto físico, destacando la ciudad de Roma y las legiones.
No se trató de un brote esporádico sino de una repetición del mismo que se alargó durante casi treinta años con reproducciones intermitentes.
Las consecuencias.
Conclusión.
La epidemia puso fin a la Pax romana, alterando la estabilidad mantenida durante bastante tiempo. El reinado de Marco Aurelio se convirtió en un punto de inflexión, iniciándose entonces un lento proceso de decadencia del Imperio que se manifestaría con más intensidad en la crisis del siglo III.
La plaga de Justiniano (541-543)
Inicio y difusión.
La plaga de Justiniano fue una epidemia que afectó al Imperio bizantino entre los años 541 y 543 d.C. A partir de esas fechas apareció recurrentemente en todo el Mediterráneo hasta el año 750. Se denominó de Justiniano porque en ese momento el Imperio de Bizancio era gobernado por el emperador Justiniano I.
Investigaciones contemporáneas han confirmado la impresión inicial de que se trató de una epidemia de peste bubónica. Se piensa que su origen estuvo en Egipto, aunque recientes estudios genéticos hablan de que el reservorio inicial se encontraría en China. En cualquier caso, se extendió por Europa, Asia y África. Al igual que ocurrió con la peste antonina, los movimientos de las tropas contribuyeron a extender la epidemia.
La enfermedad.
La peste es una enfermedad bacteriana que se suele transmitir de roedores a humanos, siendo su vector principal la rata negra a través de sus pulgas. Esta plaga fue la primera gran epidemia de peste bubónica constatada. En el siglo VIII desapareció –aún no sabemos exactamente por qué– para reaparecer en otra gran oleada durante el siglo XIV. Autores coetáneos describieron la enfermedad: aparición de bubones, ojos sanguinolentos, fiebre y pústulas. Las personas morían a los pocos días por lo que su letalidad debía de ser muy alta.
Algunos estudios han relacionado la difusión de la epidemia con los cambios climáticos ocurridos entre el 535 y el 542, caracterizados por una disminución de la temperatura media debida a la disminución de la radiación del Sol. Es difícil demostrar una relación directa entre ambos fenómenos, pero la unión de una crisis climática y una epidémica trastocó la situación de las sociedades occidentales –hambre, enfermedades, migraciones–, enmarcado una coyuntura de crisis generalizada.
La epidemia paralizó las actividades económicas y disminuyó los ingresos del Estado en un momento en el que Bizancio estaba implicado en diversas guerras –contra los ostrogodos en Italia, contra el Imperio sasánida en Mesopotamia…–. Los mercados urbanos entraron en declive y las comunicaciones se interrumpieron, paralizando el comercio.
La caída demográfica fue intensa –se calcula que el Imperio bizantino perdió entre el 13 y el 26 % de su población–. Afectó más a las ciudades, especialmente a la capital, Constantinopla, por el inevitable hacinamiento de la población, pero también arrasó las zonas rurales. Numerosas aldeas y pequeñas ciudades quedaron desiertas y muchas tierras de cultivo fueron abandonadas. Una idea de su letalidad se muestra en la cifra de que solo en la capital ocasionaba más de 5.000 fallecimientos diarios; el mismo emperador se contagió, aunque sobrevivió.
Esta situación influyó también en el plano político. La intención de Justiniano de restaurar el Imperio romano se truncó y algunos pueblos bárbaros –avaros, eslavos…– aprovecharon la coyuntura para invadir el territorio del Imperio. Su debilidad política y militar se prolongaría en el tiempo y explica la rapidez de las conquistas árabes de parte de su territorio asiático y africano (en el siglo VII).
Breña, C. M. (2020, abril 9). Las pandemias que fueron, antiguas cuarentenas y nuevas enseñanzas. EL PAÍS. https://elpais.com/sociedad/2020-04-09/las-pandemias-que-fueron-antiguas-cuarentenas-y-nuevas-ensenanzas.html
Diamond, Jared (2007). Armas, gérmenes y acero. Debolsillo.
Gozalbes Cravioto, E., & García García, I. (2007). La primera peste de los Antoninos (165-170). Una epidemia en la Roma Imperial. Asclepio, 59(1), 7-22. https://doi.org/10.3989/asclepio.2007.v59.i1.215
Ledermann D., W. (2003). El hombre y sus epidemias a través de la historia. Revista chilena de infectología, 20, 13-17. https://doi.org/10.4067/S0716-10182003020200003
Olaya, V. G. (2020, abril 10). Escenas de una pandemia de hace 1.500 años que se repiten hoy. EL PAÍS. https://elpais.com/cultura/2020-04-10/escenas-de-una-pandemia-de-hace-1500-anos-que-se-repiten-hoy.html
Sáez, A. (2016). La peste Antonina: Una peste global en el siglo II d.C. Revista chilena de infectología, 33(2), 218-221. https://doi.org/10.4067/S0716-10182016000200011
Sànchez, C. (2020, marzo 22). La Pesta Antonina o plaga de Galè. Històries d’Europa. https://www.historiesdeuropa.cat/2020/03/22/la-pesta-antonina-o-plaga-de-gale/
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