miércoles, 18 de diciembre de 2024

Epidemias e Historia (I)

Introducción.

Las epidemias han sido, junto a las guerras y las hambrunas –los tres jinetes del Apocalipsis, a los que se suma la Muerte, que sería la consecuencia de todos ellos–,  uno de los principales azotes de las sociedades  a lo largo de la historia. Las mortalidades catastróficas que provocaban eran capaces de trastornar, de forma más o menos duradera, estructuras sociales, políticas, económicas y mentales. La primera reacción social ante las epidemias era siempre el miedo, un miedo que no atiende a razones y que es capaz de arrollar cualquier cosa. La segunda era la búsqueda de la causalidad,  concretada a menudo en la localización de las culpabilidades –judíos, brujas, pecadores, extranjeros, gobiernos...–.

Antes de la COVID-19, la última gran pandemia había sido la gripe de 1918. Tras el largo intervalo de tranquilidad epidémica llegamos a pensar que la humanidad se había librado de tales calamidades. Ya en pleno siglo XXI ha habido varios avisos de que eso no había ocurrido; la pandemia de la COVID-19 lo ha demostrado fehacientemente. Virus y bacterias siempre han estado ahí. También es cierto que la humanidad ha desarrollado armas médicas y sociales eficaces; sin embargo, hemos podido comprobar cómo la  reciente pandemia ha obligado a recurrir a medidas antiquísimas pero aún insustituibles, por ejemplo, el confinamiento. Cabe pensar igualmente que si sociedades tan tecnificadas y desarrolladas científicamente como las actuales siguen teniendo dificultades para gestionar tales embestidas, ¿cómo pudieron las sociedades pasadas enfrentarse a esas calamidades?


El objetivo de la presente entrada es comprender el impacto de tales acontecimientos sobre las sociedades del pasado. Para ello analizaremos las cuatro mayores pandemias que históricamente han afectado a la humanidad.

Según Jared Diamond, uno de los pocos historiadores que ha estudiado las relaciones entre la historia y las epidemias, las enfermedades infecciosas comparten varias características:

  • Se propagan rápida y eficazmente a partir de una persona infectada, con el resultado de que toda la población acaba quedando expuesta en un breve período
  • En segundo lugar, son "enfermedades agudas": en un breve período de tiempo, el paciente muere o se recupera por completo.
  • En tercer lugar, los afortunados que se recuperan desarrollan anticuerpos que los dejan inmunes durante mucho tiempo.
  • En cuarto lugar, los animales pueden servir de reservorios -tanto de virus como de bacterias- y no ser afectados, pero sí infectar a los seres humanos.
A partir de esos parámetros, el citado autor señala que los acontecimientos que podemos denominar como una epidemia  –enfermedad que se propaga rápidamente por un territorio, afectando a un gran número de personas– surgieron a partir del Neolítico, relacionados con la aparición de las primeras ciudades, cuando la población se concentró en espacios más o menos reducidos y entró en contacto directo con diversas especies animales. La datación de las primeras enfermedades así lo muestra: hacia 1600 a.C la viruela, en 400 a.C las paperas, en 200 a.C. la lepra…  

Otro elemento que ayudó a la rápida difusión de las epidemias fue el desarrollo de rutas comerciales "mundiales" (Imperio Romano, China, norte de África, ...). Es decir, poco a poco, la expansión comercial y las mejoras del transporte fueron contribuyendo, involuntariamente, a facilitar la actuación y el transporte de los gérmenes.

Las epidemias han sido, pues, un elemento de cambio histórico y siempre representaron un cambio traumático. El mejor ejemplo es el impacto epidemiológico de la llegada de los europeos (españoles y portugueses primero, franceses e ingleses después) a América y la difusión de infecciones como la viruela, el sarampión, la gripe o el tifus entre los pueblos americanos, que aún no tenían ninguna inmunización ante esas enfermedades importadas. El tremendo impacto es conocido. Este proceso prosiguió hasta casi el siglo XX en toda América y así, en fecha tan tardía como 1837, en la región de las Grandes Llanuras norteamericanas, la tribu de los mandan contrajo la viruela durante el contacto con un barco de vapor que surcaba el río Misuri; la población descendió de 20.000 habitantes a menos de 40 en unas semanas. Era la consecuencia lógica de lo que ocurría cuando una epidemia afectaba a una población no inmunizada, y más con los limitados medios  sanitarios de la época.

La "peste" Antonina (165-192 d.C.).

Inicio y difusión

La "peste" Antonina se produjo en el siglo II d.C., concretamente entre el 165 y el 192 d.C., el período de máximo esplendor del Imperio. Se trató de la primera epidemia que afectó de forma global al mundo occidental, entendiendo por tal a todo el Imperio romano. Su impacto fue semejante al de la Peste Negra del siglo XIV o la gripe de 1918.

Inicio y difusión

La "peste" Antonina tuvo lugar en el siglo II d.C., concretamente entre el 165 y el 192 d.C., el período de máximo esplendor del Imperio. Se trató de la primera epidemia que afectó de forma global al mundo occidental, entendiendo por tal a todo el Imperio romano. Su impacto fue semejante al de la Peste Negra del siglo XIV o la gripe de 1918.

Las fuentes contemporáneas que nos informan de la enfermedad son fragmentarias, sobre todo las referentes a la etiología y al diagnóstico. Al respecto, la fuente más fiable fue Galeno, médico que trabajaba para el ejército de Marco Aurelio en las guerras marcomanas (territorios aproximados a lo que hoy son Eslovaquia y la República Checa) y que vivió los estragos de epidemia en el ejército y después en la misma Roma. Las fuentes difieren sobre el posible origen de la epidemia: unas localizan  el brote inicial en el imperio Seléucida –el origen más probable–, otras lo hacen en Egipto o incluso en Etiopía.

Lo que sabemos seguro es que el ejército romano que se hallaba en Mesopotamia, infectado por la enfermedad, tuvo que retirarse y las unidades danubianas, al regresar a sus territorios, fueron difundiendo la plaga. También es seguro que procede de Oriente y que se fue difundiendo por la eficaz interconexión de las diversas regiones del Imperio –movimientos de población (soldados, mercaderes...) y de mercancías–; no hay que olvidar que el espacio romano se comportaba como un mundo globalizado.

Difusión de la epidemia de viruela durante el gobierno de Marco Aurelio. Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=x_q6-uLc01M

La enfermedad.

Aunque en muchos textos aparece denominada como peste, en realidad se trató, según la mayoría de especialistas, de la viruela. A esta catalogación contribuyó la descripción que aportó Galeno de la misma –fiebre, diarrea, inflamación de la faringe y erupciones dérmicas–. Su mortalidad fue elevada, oscilando entre el 7 y el 10 % de la población, esto representó entre 3 y 5 millones de personas, y afectó, como ya hemos dicho, a todo el Imperio romano. Un 25 % de los afectados moría, según el historiador romano Dion Casio. Su incidencia fue mayor allí donde había más concentración de la población y se exigía un mayor contacto físico, destacando la ciudad de Roma y las legiones.

No se trató de un brote esporádico sino de una repetición del mismo que se alargó durante casi treinta años con reproducciones intermitentes.

Poussin. La plaga de Azoth (1631). Museo del Louvre.


Las consecuencias.

Las magnitudes estadísticas antes mencionadas tuvieron un gran impacto sobre la sociedad romana del momento. Las consecuencias fueron de todo tipo: económicas, sociales, culturales, incluso militares. Afectó a todas las clases sociales, incluyendo al mismo emperador Marco Aurelio, que murió a consecuencia de la enfermedad. Lógicamente, se cebó más en las clases bajas por su mayor hacinamiento y peor alimentación.

Muchas actividades económicas se vieron interrumpidas por la falta de mano de obra –los esclavos disminuyeron y aumentó su precio– y la paralización de los intercambios. El reclutamiento para el ejército cayó a mínimos. Para paliar estos problemas, los tratados con los pueblos bárbaros incluyeron la posibilidad de su asentamiento como colonos, así como su inclusión en el ejército. Para completar la recluta de soldados se tuvo que recurrir a gladiadores y a delincuentes.

En el aspecto religioso se volvió con fuerza a la antigua religión pagana, recuperándose ritos abandonados, pero se perdieron valores cívicos propios de la ciudadanía romana. La ambivalencia de la crisis religiosa afectó a los cristianos, pues si, por una parte, eran vistos como los propagadores de la epidemia, por otra aumentaron los creyentes, desengañados del panteón pagano. Las supersticiones crecieron por todo el Imperio.

Las repercusiones políticas se manifestaron en el debilitamiento del Imperio. Los romanos se vieron obligados a abandonar Mesopotamia y firmar la paz con los partos.

Conclusión.

La epidemia puso fin a la Pax romana, alterando la estabilidad mantenida durante bastante tiempo. El reinado de Marco Aurelio se convirtió en un punto de inflexión, iniciándose entonces un lento proceso de decadencia del Imperio que se manifestaría con más intensidad en la crisis del siglo III.

La plaga de Justiniano (541-543)

Inicio y difusión.

La plaga de Justiniano fue una epidemia que afectó al Imperio bizantino entre los años 541 y 543 d.C. A partir de esas fechas apareció recurrentemente en todo el Mediterráneo hasta el año 750. Se denominó de Justiniano porque en ese momento el Imperio de Bizancio era gobernado por el emperador Justiniano I.

Investigaciones contemporáneas han confirmado la impresión inicial de que se trató de una epidemia de peste bubónica. Se piensa que su origen estuvo en Egipto, aunque recientes estudios genéticos hablan de que el reservorio inicial se encontraría en China. En cualquier caso, se extendió por Europa, Asia y África. Al igual que ocurrió con la peste antonina, los movimientos de las tropas contribuyeron a extender la epidemia.


La enfermedad.

La peste es una enfermedad bacteriana que se suele transmitir de roedores a humanos, siendo su vector principal la rata negra a través de sus pulgas. Esta plaga fue la primera gran epidemia de peste bubónica constatada. En el siglo VIII desapareció –aún no sabemos exactamente por qué– para reaparecer en otra gran oleada durante el siglo XIV. Autores coetáneos describieron la enfermedad: aparición de bubones, ojos sanguinolentos, fiebre y pústulas. Las personas morían a los pocos días por lo que su letalidad debía de ser muy alta.

Algunos estudios han relacionado la difusión de la epidemia con los cambios climáticos ocurridos entre el 535 y el 542, caracterizados por una disminución de la temperatura media debida a la disminución de la radiación del Sol. Es difícil demostrar una relación directa entre ambos fenómenos, pero la unión de una crisis climática y una epidémica trastocó la situación de las sociedades occidentales –hambre, enfermedades, migraciones–, enmarcado una coyuntura de crisis generalizada.

Mosaico de Justiniano y su corte (s. VI). San Vital de Rávena

La epidemia paralizó las actividades económicas y disminuyó los ingresos del Estado en un momento en el que Bizancio estaba implicado en diversas guerras –contra los ostrogodos en Italia, contra el Imperio sasánida en Mesopotamia…–. Los mercados urbanos entraron en declive y las comunicaciones se interrumpieron, paralizando el comercio.

La caída demográfica fue intensa –se calcula que el Imperio bizantino perdió entre el 13 y el 26 % de su población–. Afectó más a las ciudades, especialmente a la capital, Constantinopla, por el inevitable hacinamiento de la población, pero también arrasó las zonas rurales. Numerosas aldeas y pequeñas ciudades quedaron desiertas y muchas tierras de cultivo fueron abandonadas. Una idea de su letalidad se muestra en la cifra de que solo en la capital ocasionaba más de 5.000 fallecimientos diarios; el mismo emperador se contagió, aunque sobrevivió.

Esta situación influyó también en el plano político. La intención de Justiniano de restaurar el Imperio romano se truncó y algunos pueblos bárbaros –avaros, eslavos…– aprovecharon la coyuntura para invadir el territorio del Imperio. Su debilidad política y militar se prolongaría en el tiempo y explica la rapidez de las conquistas árabes de parte de su territorio asiático y africano (en el siglo VII).

Territorio del Imperio bizantino en el s. VI. Fuente: Wikipedia
                           

Territorio del Imperio bizantino en el s. VII. Fuente: profedesociales.com


Bibliografía

Breña, C. M. (2020, abril 9). Las pandemias que fueron, antiguas cuarentenas y nuevas enseñanzas. EL PAÍS. https://elpais.com/sociedad/2020-04-09/las-pandemias-que-fueron-antiguas-cuarentenas-y-nuevas-ensenanzas.html

Diamond, Jared (2007). Armas, gérmenes y acero. Debolsillo.

Gozalbes Cravioto, E., & García García, I. (2007). La primera peste de los Antoninos (165-170). Una epidemia en la Roma Imperial. Asclepio, 59(1), 7-22. https://doi.org/10.3989/asclepio.2007.v59.i1.215

Ledermann D., W. (2003). El hombre y sus epidemias a través de la historia. Revista chilena de infectología, 20, 13-17. https://doi.org/10.4067/S0716-10182003020200003

Olaya, V. G. (2020, abril 10). Escenas de una pandemia de hace 1.500 años que se repiten hoy. EL PAÍS. https://elpais.com/cultura/2020-04-10/escenas-de-una-pandemia-de-hace-1500-anos-que-se-repiten-hoy.html

Sáez, A. (2016). La peste Antonina: Una peste global en el siglo II d.C. Revista chilena de infectología, 33(2), 218-221. https://doi.org/10.4067/S0716-10182016000200011

Sànchez, C. (2020, marzo 22). La Pesta Antonina o plaga de Galè. Històries d’Europa. https://www.historiesdeuropa.cat/2020/03/22/la-pesta-antonina-o-plaga-de-gale/


Publicado originalmente el 16 de junio de 2020.

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