Contexto
El camino hacia la Gran Guerra estuvo jalonado por cuatro crisis previas que mostraron el interés de Alemania por romper el frente común que sus enemigos habían conformado contra ella, así como remodelar el mapa colonial. Las alianzas que tejieron Francia, Gran Bretaña y Rusia –Alianza franco-rusa de 1891, Entente Cordiale con Gran Bretaña (1904) y Triple Entente (1907)– fueron una respuesta a la política internacional iniciada por Alemania con los sistemas bismarkianos, ampliada después por Guillermo II al ámbito colonial con sus deseos de expansión imperialista. Estas cuatro crisis fueron: la crisis marroquí de 1905, la crisis bosnia de 1908, la crisis marroquí de 1911 y la crisis balcánica de 1912-1913.
El período de preguerra se caracterizó, como hemos apuntado, por la formación de dos bloques enfrentados que agruparon a las principales potencias europeas del momento. El primer bloque, conformado por la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia), fue una derivación de los sistemas bismarckianos y respondía a la estrategia alemana de penetración en los Balcanes y en el Imperio Otomano, al tiempo que cerraba el paso a Francia y la Rusia zarista –su gran fracaso fue no haber podido asegurar la alianza rusa. La pertenencia de Italia a esta alianza fue siempre insegura, por lo que su papel fue muy secundario.
El segundo bloque lo formó la Triple Entente, cuya configuración fue más larga, ya que exigió casi un decenio. Su origen está en la alianza entre Francia y Rusia, forjada a partir de 1891. Este acuerdo rompía el aislamiento diplomático de ambas potencias, especialmente de Francia –objetivo de toda la política exterior de Bismarck– y obligaba a Alemania, en caso de conflicto armado, a cubrir a la vez dos frentes de combate.
Esta alianza franco-rusa se amplió con la incorporación de Gran Bretaña, tras fracasar la política de acercamiento a Alemania que su ministro de las Colonias, Joseph Chamberlain, había llevado a cabo. El primer paso fue la firma en 1904 de la Entente Cordiale entre Francia y Gran Bretaña; posteriormente, tras la primera crisis de Marruecos, se incorporó el Imperio ruso, firmándose el pacto de la Triple Entente en 1907. La incorporación de Gran Bretaña a una alianza continental representó una gran novedad que debe interpretarse como resultado de su preocupación por frenar el expansionismo alemán, ya significativo en el ámbito naval.
Como afirma Hobsbawm, la formación de estas grandes alianzas respondía a la lógica de que, en pleno período imperialista, los conflictos internacionales eran globales y endémicos y que nadie sabía hacia dónde llevaban los intereses encontrados de las diversas potencias. Existía, sin embargo, un cierto convencimiento de que ese camino conducía a una guerra de grandes dimensiones.
La primera crisis marroquí.
Bajo el gobierno del sultanato y a lo largo del siglo XIX, Marruecos había logrado mantenerse como un Estado independiente conteniendo los intereses imperialistas de las grandes potencias, aunque había firmado acuerdos económicos con algunas de ellas, por ejemplo con Gran Bretaña. No obstante, la ocupación francesa de Argelia introdujo un elemento de presión sobre la soberanía marroquí; así el apoyo de Marruecos a los argelinos condujo al enfrentamiento con Francia –batalla de Isly (1844)– que se saldó con la derrota marroquí. Esta derrota tuvo graves consecuencias pues redujo su capacidad militar y abrió el territorio al comercio con otras potencias occidentales mediante tratados muy favorables para ellas. Todo ello debilitó a Marruecos.
A partir de 1880 aumentó la presencia europea en territorio marroquí –comerciantes, empresarios, religiosos, …–. Francia era la potencia más interesada en lograr el dominio de Marruecos. España, por su parte, tenía intereses de menor calado, pero que se acrecentaron tras la pérdida de las últimas colonias americanas y asiáticas. El interés alemán se reducía al hostigamiento de la política francesa en la zona.
El acuerdo franco-británico de 1904 dejaba a Francia las manos libres para afianzar su control de Marruecos a cambio del reconocimiento francés del dominio de Egipto por Gran Bretaña. Ello provocó la inmediata reacción alemana.
La primera de las crisis tuvo lugar en 1905, cuando llegó a Tánger el emperador alemán Guillermo II y pronunció un discurso en el que expresó su claro apoyo al sultán marroquí así como a la independencia de Marruecos. Alemania Intentaba aprovechar la debilidad de la Triple Entente en ese momento –Rusia acababa de ser derrotada por Japón (guerra ruso-japonesa de 1905) y el zar se enfrentaba a una revolución–, obligando a Francia a negociar la situación del África septentrional.
La consecuencia de esta intervención fue la convocatoria de la Conferencia de Algeciras (1906). A ella asistieron las trece potencias que habían firmado la Convención de Madrid de 1880. En el texto resultante (Acta de Algeciras, 7 de abril de 1906), España y Francia recibieron el beneplácito para ejercer un protectorado sobre Marruecos. Aunque en el texto del Acta se insistía en la soberanía de Marruecos, quedaba la puerta abierta para la injerencia en los asuntos internos marroquíes. Incluso Francia retomó la iniciativa militar y ocupó diversos territorios en el Marruecos oriental, cerca de la frontera argelina. La conclusión que se puede extraer es que Marruecos había perdido su independencia. Alemania, por su parte, no logró sus objetivos y acabó aislada; incluso Italia apoyó la posición francesa.
La segunda crisis marroquí.
La segunda crisis se originó en 1911. El creciente dominio francés sobre Marruecos no podía ser bien visto por Alemania, que ya había mostrado su interés por entorpecer el control francés sobre el norte de África. Y estaba claro que los resultados de la Conferencia de Algeciras no la habían dejado satisfecha.
Desde 1907 el sultán había intentado, con poco éxito, establecer un control más efectivo sobre las tribus bereberes, así como efectuar ciertas reformas modernizadoras de su economía. Ambas actuaciones desencadenaron una revuelta popular en 1911. Rápidamente, Francia y España enviaron tropas para apoyarlo y restablecer su autoridad. El conflicto desencadenado sirvió de justificación para que Alemania interviniese en el mismo mediante el envío de un buque de guerra.
De esta manera, el 1 de julio de 1911 cañonero alemán Panther entraba en el puerto de Agadir, un enclave estratégico entre Gibraltar y las islas Canarias, en una clara prueba de fuerza contra la presencia francesa en el interior de Marruecos. Fue también un medio para exigir compensaciones territoriales o concesiones mineras como contrapartida de la ocupación francesa.
La acción fue interpretada como un nuevo desafío a Francia, pues cuestionaba su influencia en Marruecos. Gran Bretaña se alineó con Francia, lo que alejó la posibilidad inmediata de un conflicto bélico directo entre Alemania y Francia. Alemania reconoció los derechos franceses, pero solicitó una «compensación» por la imposibilidad de su penetración en Marruecos.
La crisis se resolvió mediante un acuerdo diplomático entre Francia y Alemania: el Tratado de Fez. En él Alemania dejaba las manos libres a Francia y a España en Marruecos a cambio de la cesión de una parte importante del norte del Congo francés, que sería añadida al territorio de Camerún, ya colonia alemana. Un ejemplo de los intercambios territoriales propios del imperialismo europeo.
Consecuencias
Estas crisis pusieron de relieve el deseo alemán de actuar como una gran potencia mundial y mostraron su poderío naval y su capacidad de influencia.
Las sucesivas crisis consolidaron el sistema de alianzas diseñado en torno a la Triple Alianza y a la Triple Entente. La etapa coincide con el final del reparto colonial y con la aparición de nuevos imperialismos extraeuropeos. La nueva situación creada supuso que cualquier modificación del statu quo mundial afectaba, de una u otra forma, a varias potencias y convertía en explosivo cualquier incidente o cuestionamiento de ese sistema. De hecho, las diferentes crisis bélicas o diplomáticas que se sucedieron desde principios del siglo XX pusieron a prueba esa política de bloques, reforzándolo siempre. Se trató de enfrentamientos de carácter limitado, pero que obligaban a acuerdos de carácter general.
La segunda crisis marroquí representó un peligro mucho mayor de desencadenamiento de una guerra entre Francia y Alemania. El conflicto fortaleció a la Triple Entente por el pleno apoyo británico a Francia en las cuestiones coloniales, que se fundamentaba en su común recelo ante el expansionismo colonial alemán y olvidaba anteriores disputas entre Francia y Gran Bretaña. Los actores que entrarían en escena en 1914 ya estaban en la palestra.
Así pues, las diversas crisis que antecedieron a la Primera Guerra Mundial contribuyeron a reforzar los bloques y a generar una política de enfrentamiento en las relaciones internacionales, aspectos que explican la creciente amenaza a la guerra como forma de solucionar los conflictos.
Bibliografía.
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Anónimo. (2021). «Primera Crisis Marroquí». Wikipedia, la enciclopedia libre.
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Hobsbawm, E. J. (2006). Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica.
Moradiellos, E. (2019). Historia del Mundo Contemporáneo en sus documentos. Granada: Comares Historia.
Villares, R., & Bahamonde, A. (2012). El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI. Madrid: Taurus.
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