La Unión Europea es claramente una de las potencias globales en un mundo basado en una multiporalidad precaria que va deshaciéndose paulatinamente porque camina hacia una nueva bipolaridad Estados Unidos-China. Por su potencial económico es perfectamente comparable a los dos actores citados y es también la principal potencia en utilizar el denominado «poder blando».¿A qué denominamos poder blando? El poder blando consiste en lograr un grado de influencia y de persuasión capaz de influir sobre las acciones de otros Estados sin respaldarse en el poder militar. Sin embargo, a veces, la realidad de los hechos constata que este «poder blando» puede resultar insuficiente y, en ese caso, los Estados deben ejercer su influencia por medio de una combinación de poder duro (poder militar o presión económica) y poder blando (diplomacia, ayuda política o económica,…). Es lo que se ha denominado «poder inteligente».
La Unión Europea ha ejercido desde siempre en sus relaciones internacionales, de forma más o menos eficaz, el poder blando, apoyada sobre todo en su poderío económico y en el respaldo ético que representan las ideas políticas que fundamentaron su creación: paz, libertades, democracia,… No ha ejercido nunca, en consecuencia, el poder duro –si no consideramos tal cosa el recurso a las sanciones económicas.
Sin embargo, esta forma de actuación no la ha librado de verse afectada por conflictos internacionales de diversa índole. Su situación geopolítica no ha favorecido la tranquilidad; la mayor parte de sus vecinos le han planteado litigios de diversa índole y no parece que los problemas tiendan a resolverse.
Unas fronteras problemáticas.
En el este, la UE mantiene con Rusia unas relaciones ambivalentes. Aunque los intercambios económicos son fluidos, Moscú tiende a debilitar a la Unión y a alentar conflictos que puedan desestabilizarla. Mantiene así sus fronteras con las repúblicas bálticas ex-soviéticas –Estonia, Lituania y Letonia– tensionadas, haciendo que la OTAN mantenga en sus territorios algunos efectivos desde 2015. Lo mismo ocurre con Polonia. Rusia también mantiene abierto el conflicto con Ucrania que cuenta con el respaldo político europeo y es otro motivo de divergencia (Véase la entrada: https://miradahistorica.net/2014/01/25/ucrania-en-el-ajedrez-geopolitico-el-hinterland-ruso-y-la-expansion-de-la-union-europea/).
En el sureste, la cuerda se tensa periódicamente con el gobierno de Turquía, puerta estratégica hacia el conflictivo Oriente Próximo y vecino de la inestabilizada Siria. La deriva nacionalista de Erdogan, que tiene pretensiones territoriales en aguas de Grecia y Chipre, ha provocado choques militares de baja intensidad con Grecia.
Al sur está el Mediterráneo, frontera con el mundo africano. Podemos hablar de dos Áfricas: la del norte, musulmana, donde aparecen regímenes autoritarios -Argelia, Marruecos-, dictatoriales -Egipto- o Estados fallidos como Libia. En suma, un panorama poco tranquilizador, agravado cuando se escriben estas líneas por el conflicto latente entre Marruecos y Argelia por la hegemonía en el Magreb. Una región suministradora también de permanentes corrientes migratorias hacia Europa. Más al sur, el Sahel -un territorio rico en recursos minerales-, se ha convertido en un foco de yihadismo.
Fenómenos de presión migratoria con intencionalidad geopolítica.
Turquía, febrero-marzo de 2015.
El conflicto sirio, una devastadora guerra a las puertas de Europa, provocó un enorme desplazamiento de refugiados. El éxodo se prolongó durante bastante tiempo, entre 2011 y 2016, y aún hoy no ha desaparecido del todo. Las cifras de los desplazados alcanzaron los 8 millones de personas.
La mayor parte de estos refugiados permanecieron en los países limítrofes con el conflicto -Turquía, Líbano, Jordania,…- , pero algunos de ellos pretendieron alcanzar la Unión Europea a través de Turquía. Así, miles de refugiados se agolparon en la frontera terrestre con Grecia o intentaron llegar a las islas griegas. Las imágenes dramáticas de estos hechos dieron rápidamente la vuelta al mundo. Las imágenes dramáticas de estos hechos dieron rápidamente la vuelta al mundo. Para intentar solucionar el problema, la Unión firmó un acuerdo con el gobierno turco por el cual este se comprometía a parar el flujo migratorio y aceptar la devolución de los migrantes a cambio de una importante cantidad de dinero -6.000 millones de euros- y ciertas ventajas diplomáticas. La reacción europea, muestra del «poder blando», estuvo impulsada fundamentalmente por la falta de acuerdo entre los países miembros para lograr una política común de asilo.
El acuerdo convertía a Turquía en la «llave» reguladora de los movimientos migratorios que, desde Oriente Próximo, pretendían alcanzar el suelo europeo. Una posición que el gobierno turco ha aprovechado como elemento de presión cada vez que ha tenido algún enfrentamiento con la Unión, abriendo sus fronteras y tratando a los refugiados como peones de su estrategia. Esto es lo que ocurrió en los meses de febrero y marzo de 2020, en plena pandemia.
Marruecos, mayo de 2021
Siguiendo la estela de Turquía, en mayo de este año más de 8.000 marroquíes, muchos de ellos menores de edad, entraron de golpe en la ciudad española de Ceuta -que tiene unos 84.000 habitantes-; el hecho no solo se produjo ante la absoluta pasividad de las fuerzas de seguridad de Marruecos sino que fue alentado desde instancias gubernamentales. Esta llegada masiva a un territorio europeo fue también una forma de presión política, en este caso hacia el gobierno español.
No hay que olvidar que el país magrebí también recibe ayuda económica de la Unión para el control de las migraciones. De nuevo, los migrantes se convirtieron en peones de las estrategias geopolíticas de aquellos países fronterizos con Europa y que buscan generar conflictos con algún país en particular o con la Unión en general. La rápida reacción europea de respaldo a España y la condena internacional del hecho frenó con rapidez el flujo.
Bielorrusia, octubre-noviembre de 2021.
Más recientemente, ahora en la frontera entre Polonia y Bielorrusia y también, aunque en menor medida, en la frontera entre Lituania y Bielorrusia, se ha vuelto a reproducir otra crisis fronteriza de naturaleza semejante. El régimen bielorruso, sancionado y repudiado por la Unión Europea por su carácter poco democrático, dio facilidades para el transito de inmigrantes procedentes del Oriente Próximo y que deseaban llegar a las fronteras de la Unión, en este caso polacas o lituanas. Los inmigrantes fueron engañados -ya que la Unión Europea no había abierto su frontera- y utilizados, una vez más, como peones contra la Unión por parte del régimen de Alexander Lukashenko. Era una respuesta destinada a iniciar un conflicto de baja intensidad con Europa, una respuesta a la política europea contra su régimen.
Conclusiones.
Como puede verse, las fronteras europeas no son lugares plácidos. Las acechan numerosos problemas y conflictos que la UE va sorteando pero que demuestran que el poder blando, por sí solo, no basta para evitar los conflictos ni obtener seguridad. Es necesario un mínimo de poder duro, claramente militar, para respaldar ese poder blando y hacer más efectiva la disuasión ante actitudes hostiles o inamistosas. Una potencia como la UE no puede vivir totalmente dependiente del paraguas protector de la OTAN -una organización aún enfocada primordidalmente hacia el área rusa y controlada de facto por Estados Unidos-, que, como se ha visto ya en algunas crisis (el ANKUS o la retirada de Afganistán), prima siempre sus intereses particulares sobre los de sus hipotéticos aliados europeos. La historia reciente muestra como las relaciones de la UE con algunos de sus vecinos pueden transformarse en conflictivas con gran facilidad. Se trata de conflictos de baja intensidad pero particularmente condenables por el uso inhumano de los inmigrantes; asistimos al empleo de una nueva forma de enfrentamiento que algunos especialistas denominan conflictos híbridos.
Es cierto, igualmente, que existe una división en el seno de la UE entre las preocupaciones de los países nórdicos y del este, centradas en su vecino ruso, mientras que los países del sur y del oeste fijan su interés en la desestabilización y la conflictividad existente en el norte de África y de Oriente Próximo. Esta divergencia ha impedido el diseño de una estrategia única y ello dificulta la actuación de la Unión como ante conflictos de este tipo, dejando que sean los respectivos Estados los que enfrenten el problema, al menos en un primer momento.
Son ya bastantes los políticos y las instituciones europeas que han tomado conciencia de que si la UE pretende ser un poder relevante en el orden mundial, debe desarrollar un cierto poder militar propio. En ese sentido ya se han comenzado a dar los primeros pasos: está prevista la creación de una fuerza europea compuesta por unos 5.000 soldados, además el Parlamento Europeo aprobó en 2019 un Fondo de Defensa de 13.000 millones de euros destinados al desarrollo de la industria militar europea. Esta forma de poder sería el segundo brazo de la acción exterior de la Unión, ya que es evidente que la UE tiene necesidad de actuar en defensa de sus intereses -económicos, geopolíticos o de defensa- en ámbitos geográficos en los EE.UU. puedan no estar interesados.
Bibliografía
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